La pandemia de COVID-19 ha sometido a una gran exigencia a los sistemas de salud pública de todo el mundo y ha puesto de manifiesto las deficiencias de la atención de la salud de las poblaciones desatendidas y vulnerables. En el contexto de los determinantes sociales de la salud, es fundamental centrarse en la preparación del sistema de salud para proteger la salud de toda la sociedad. Frente a las viejas amenazas (p. ej., la reaparición del sarampión), las nuevas tecnologías perturbadoras (p. ej., los cigarrillos electrónicos), los mayores desafíos (p. ej., los microorganismos resistentes a los medicamentos) y las nuevas amenazas —la pandemia actual, el cambio climático, la politización de la información y la desinformación sobre la salud— nuestros sistemas de salud deben ser sólidos y resilientes. Su respuesta debe incluir a quienes ahora sufren de manera desproporcionada, los pobres y los vulnerables. Las prioridades actuales de la Organización Mundial de la Salud requieren infraestructuras capaces de detectar, vigilar y responder a las emergencias sanitarias, como la COVID-19, y a los efectos del cambio climático sobre la salud en el contexto de la salud para todos. Si se fortalecen los sistemas de salud reforzando sus competencias básicas y siguiendo las recomendaciones formuladas en materia de liderazgo, participación de los interesados, acreditación, recolección de datos y recursos de financiación la infraestructura de atención de la salud estará mejor preparada y será más equitativa. Para garantizar la equidad en la salud en una pandemia se requiere una infraestructura de salud pública sólida y resiliente en épocas normales.